¿Cómo enseñar ajedrez a mi nieto?
La magia del ajedrez
Quiero enseñar a jugar ajedrez a mi nieto, él ahora tiene cuatro años y medio, y es como todos los niños de hoy en día muy listo, ya desde muy temprano nos sorprendió armando rompecabezas en un santiamén, cuyo grado de dificultad superaba al de su edad y debo decir que en algunos casos la edad mental de su abuelo también. ¡No abuelito allí no es esa pieza, te has equivocado! Me reprendía dulcemente cuando armábamos juntos el rompecabezas.
Advertí que mi nieto tenía una especial predilección por este tipo de juegos y no era muy proclive a patear la pelota, correr o saltar, lo bueno es que ahora todo eso se sabe desde temprana edad y se puede corregir; hoy en día es cinturón naranja de los Tiny Tigers en Taekwondo.
Esa predisposición a preferir el ejercicio intelectual al ejercicio físico, parece que puede ser una herencia patológica del abuelo, porque a mí, ni el fútbol ni la música militar nunca me supo levantar; de niño, mis amigos solo me permitían jugar fútbol con ellos porque era el dueño de la pelota, y aun así, se la regían para no tenerme en su equipo, era yo un castigo para el equipo que perdía al yankenpó.
Si bien nunca llegué a ser un jugador de futbol me convertí en el único dirigente menor de edad: vicepresidente del Club. Me había ganado el cargo porque organizaba fiestas, conseguía dinero, armé la polla del fútbol en el barrio -mucho antes de que esta idea saliera como un negocio comercial-, pero principalmente, empecé a organizar torneos de ajedrez.
Por supuesto, tampoco fui un gran jugador de ajedrez, no gané ningún torneo, pero el ajedrez me apasionó, y debe haberse notado porque en el barrio me llamaban “pichicho” y pasaron a llamarme “spaskychicho” … en fin… volvamos a mi nieto.
He tenido la bendición de tenerlo tres años conmigo, y les repito a mis hijas, que si hubiera sabido lo que es tener un nieto, primero hubiera tenido a los nietos y luego a las hijas.
Ahora, sus padres se lo han llevado y vive entre los Estados Unidos y Panamá, por supuesto, estoy desconsolado. Sin embargo, unos meses antes de partir me preguntaba cómo podría enseñarle a gustar del ajedrez a un bebé, leí algunos libros pero no fueron de mucha ayuda. Finalmente un día, cuando acababa de cumplir tres años, mi nieto estaba sentado conmigo desbaratando el mouse mientras yo intentaba jugar ajedrez en la computadora, y me preguntó ¿Qué es eso abuelito?, le contesté, “ese es el juego más maravilloso y misterioso que he conocido y cuando cumplas cuatro años te enseñaré a jugarlo”. Desde ese momento no pude volver a dormir tranquilo pensando en ¿cómo puedo enseñarle ajedrez de manera estimulante a un niño de su edad?
Hasta que un día antes de que él partiera hacia otras latitudes, lo llamé a la sala y le dije, “pues bien, ahora vamos a jugar ajedrez” y el inmediatamente me replicó con esa inocencia que solo la tienen los niños: “Pero todavía no he cumplido los cuatro abuelito”, no importa le contesté… te voy a enseñar un secreto. Y como por arte de magia de una mesa que servía para poner un florero, saqué la base, le di vuelta y se convirtió en un tablero de ajedrez, y dentro de la mesa estaban las piezas distribuidas en sus cajoncitos, las que ayudó a colocar sobre el tablero en el suelo, en la forma que le indicaba.
Ahora, le dije, vamos a empezar a jugar ajedrez con el método de Mafalda, y él dio su grito de batalla “A Jugaaaar” , bien –continué- trae tu lata de pelotas de goma, él trajo arrastrando su pesada lata de pelotas de goma y empezamos a tirarlas contra las piezas como si fueran bolos, y fue muy emocionante, allí va un peón decía yo, bravo le diste a un alfil, ¡ Uy ! Te falta la reina, ¡Apúntale bien a esa torre! Y ¡zaz! abajo la torre. Repetimos varias veces la experiencia y él empezó a llamar a las piezas por su nombre.
El método de Mafalda me fue muy útil en aquella ocasión, pero ahora me enfrento con un aterrador dilema, ya que viajaré a las heladas tierras del norte y pasaré quince días con él, y estaré solo para mi nieto, a su disposición, ya me imagino llevándolo al colegio de infantes, esperándolo en un café cercano que sea la hora de recogerlo, espiándolo en la hora del recreo, trataré de inventarme algunos paseos para que no vaya a clases y se quede conmigo pero sé que será la excepción, en fin… él sabrá que su abuelo está allí para repetirle que él es amable, que él es fuerte, que él es inteligente y que él es importante.
Pero, ahora sé que tengo que subir un peldaño en la enseñanza del ajedrez y Mafalda ya no es de mucha ayuda, necesito algo nuevo y no se me ocurría qué.
Hasta que vino en mi auxilio Judith Polgar con una aplicación informática (la comparto con ustedes) que me va a permitir mantener la llama encendida del ajedrez en el corazón de un niño al que amo tanto.